Cuando era niño jugaba con cosas que hoy podríamos decir que son desechadas pero que eran el juego más maravilloso del planeta. Hojas de papel de diario, piedras cantorrodado o carozos de damascos, hilos, latas, palos… Hoy me acuerdo de los barquitos de papel que hacía los días de lluvia y ponía a flotar en el charco de la cuadra en la calle donde vivía. Cada barquito emprendía una travesía enorme, de acuerdo al tamaño del charco. Imaginaba grandes aventuras de galeones llenos de piratas cruzando el mar bravío en medio de la tormenta. Me encantaban. Eran un entretenimiento sublime. Mi imaginación volaba y mis días pasaban sumidos en historias y aventuras de naufragios, sin hundimientos, de barcos sin tripulantes.
Cuando conocí al Señor y empecé a leer la Biblia descubrí la historia cuando Jesús calmó a la tormenta. Acompañame a leerla en Marcos 4:35-41:
35 Ese día al anochecer, les dijo a sus discípulos:
—Crucemos al otro lado.
36 Dejaron a la multitud y se fueron con él en la barca donde estaba. También lo acompañaban otras barcas. 37 Se desató entonces una fuerte tormenta, y las olas azotaban la barca, tanto que ya comenzaba a inundarse. 38 Jesús, mientras tanto, estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal, así que los discípulos lo despertaron.
—¡Maestro! —gritaron—, ¿no te importa que nos ahoguemos?
39 Él se levantó, reprendió al viento y ordenó al mar:
—¡Silencio! ¡Cálmate!
El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo.
40 —¿Por qué tienen tanto miedo? —dijo a sus discípulos—. ¿Todavía[a] no tienen fe?
41 Ellos estaban espantados y se decían unos a otros:
—¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?
No es de extrañar que Jesús estuviera realmente agotado, rendido físicamente debido a tanto trajín, tantas personas que eran atraídas hacia él. Así que, sus discípulos «le tomaron como estaba» para ir al otro lado del lago del mar de Galilea con la finalidad de descansar del bullicio de las multitudes. Aunque seguramente fueron los discípulos los que se encargaron de despedir a la multitud, fue el Señor mismo quien dio la orden de pasar al otro lado. Este detalle se reviste de mucha importancia en vista de lo que más tarde ocurrió. Debemos darnos cuenta que los discípulos se encontraban plenamente inmersos dentro de la voluntad de Dios: acababan de terminar una serie de estudios sobre el Reino de Dios con el mismo Señor como Maestro, y ahora se disponían a ir a la costa occidental del mar de Galilea siguiendo sus indicaciones y fue en este contexto de obediencia a Cristo cuando tuvo lugar la tempestad.
Una tormenta en el mar es algo bien impresionante. Pero hay tormentas que azotan a la vida de toda persona que son tan impresionantes como la encontrada en el mar donde se encontraba Jesús y sus discípulos.
De aquí se desprende que el hecho de estar andando en los caminos del Señor no nos librará de atravesar por las tormentas y tempestades de la vida. El Señor no promete continuos tiempos de bonanza a los suyos, ni que seamos librados siempre de experiencias amargas o de peligro. Pero de lo que sí podemos tener seguridad en estas circunstancias, es de dos cosas: Que el Señor estará con nosotros durante todo el camino. Y de que nada podrá impedir que lleguemos «al otro lado”.
La situación refleja lo que, con mucha frecuencia, ocurre en nuestras vidas como creyentes en Cristo: tiempos de refrigerio espiritual en la presencia del Señor Jesús son alternados con periodos de prueba. Posiblemente, los discípulos lucharon por estabilizar la nave. No olvidemos que la mayoría de ellos eran pescadores experimentados acostumbrados a estar en el mar, pero tan grande era la tormenta que sus esfuerzos fracasaron. La Biblia dice que Jesús dormía. Y entonces los discípulos entraron en pánico.
Podemos estar seguros que Jesús sabía que se iba a levantar una terrible tormenta. Él no ignoraba eso. Y aún así les hizo cruzar el mar en ese momento. Creo que lo hizo porque las situaciones prácticas son la forma adecuada de completar la enseñanza teórica. Debe haber sido muy interesante escuchar al Señor predicando acerca de la importancia de la fe, y de lo que él mismo haría con aquellos que tuvieran fe aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza. Llegó el momento de poner en práctica la enseñanza que recibieron: ¿tendrían los discípulos fe en esta nueva situación a la que el Señor los estaba llevando? ¿Cómo llegarían a la otra orilla? ¿Asustados o confiados?…
Vuelvo a mi pequeña embarcación de papel y pienso, me pienso en ella. En la misma circunstancia que los discípulos en medio del mar con Jesús durmiendo en la popa de la embarcación. Durmiendo profunda y confiadamente porque Jesús confiaba en la pericia de su Padre, ¡nada puede salir mal! En medio de esa bravía tormenta los experimentados hombres de mar se sintieron como dentro de mi barquito de papel. Como un juguete hecho de papel y comandado por un niño chapoteando en un charco. A la deriva. Sin rumbo. En ese contexto que no era desconocido, los discípulos fueron probados en su fe. En medio de su habitad natural. Se vieron vulnerables, ¡y así somos! aunque creamos que dominamos a la perfección la situación… o deberíamos dominarla. La situación quemó los libros de protocolos a seguir. La autosuficiencia se desvanece. La confianza en que podemos también. Es entonces donde surge la confianza en el que todo lo puede en todo.
—¡Maestro! —gritaron—, ¿no te importa que nos ahoguemos?
Quizás la enseñanza más grande que se desprende de este pasaje es que no existe nada en el mundo que pueda detener el plan perfecto de Dios. No hay tormenta, no hay enemigo que lo resista. Y que por supuesto que el Señor siempre está interesados en nuestro bienestar y evitará que nos ahoguemos si tan sólo confiamos en Él.
@PastorEstebanF
Director del Ministerio Latino de Biblica, y presidente del ministerio de capacitación a líderes “Nuestra Fortaleza”.
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