Tenemos la responsabilidad de trabajar unidos para alcanzar día a día más personas para la causa de Jesucristo y para esto debemos aprender a competir. Saber competir es una regla de oro en el liderazgo.
Esta palabra es bastante fuerte, pero no debe asustarnos, pues la misma Biblia dice que estamos corriendo una gran carrera. (Hebreos 12:1). Más de una vez se compara el servir a Cristo con una competencia donde solo llegan los que perseveran, así que el dilema no es competir o no, sino decidir contra quién lo estamos haciendo.
Gary Smalleym en su libro El ADN de las relaciones relata la historia de un padre y su hijo que habían discutido acaloradamente sobre un punto de vista diferente. Después de un tiempo, el hijo acepta la posición del padre y se retira a su habitación frustrado.
El padre lo ve y decide hablar con él, pero en el camino el Espíritu Santo trae un pensamiento a su corazón, así que al llegar al cuarto, el padre pregunta a su hijo:
— ¿Quién piensas que ha ganado en esta discusión?
Su hijo lo mira y le responde:
—Papá, tú sabes que en un sentido ninguno de los dos ganó… pero, en realidad, tú ganaste.
Entonces el padre lo miró y le dijo:
—Si tú piensas así, entonces yo también perdí.
—Papá, no te entiendo —respondió su hijo
Déjame preguntarte algo:
—Cuando tú y tu amigo Paul jugaban al basketball en la escuela ¿hubo alguna vez que tú hayas ganado y Paul haya perdido?
—No papá.
—Entonces ¿hubo alguna vez que Paul haya ganado y tú hayas perdido?
—No papá.
— ¿Por qué?
— ¡Porque los dos jugábamos en el mismo equipo!
Su hijo lo mira y le responde:
—Papá, tú sabes que en un sentido ninguno de los dos ganó… pero, en realidad, tú ganaste.
Entonces el padre lo miró y le dijo:
—Si tú piensas así, entonces yo también perdí.
—Papá, no te entiendo —respondió su hijo
Déjame preguntarte algo:
—Cuando tú y tu amigo Paul jugaban al basketball en la escuela ¿hubo alguna vez que tú hayas ganado y Paul haya perdido?
—No papá.
—Entonces ¿hubo alguna vez que Paul haya ganado y tú hayas perdido?
—No papá.
— ¿Por qué?
— ¡Porque los dos jugábamos en el mismo equipo!
¿En qué equipo estamos jugando?
Jugar en el mismo equipo implica estar unidos y no hay un freno más implacable contra la unidad que la competencia mal entendida. Esta hace que dejemos volar esa tendencia que tenemos de compararnos con los demás y anhelar (o envidiar) el éxito alcanzado por otros.
Jugar en el mismo equipo implica estar unidos y no hay un freno más implacable contra la unidad que la competencia mal entendida. Esta hace que dejemos volar esa tendencia que tenemos de compararnos con los demás y anhelar (o envidiar) el éxito alcanzado por otros.
Es allí donde Dios nos exhorta a medir nuestro crecimiento (personal, familiar, ministerial, empresarial, laboral, social…) de adentro hacia afuera, del pasado hacia el presente y del presente hacia el futuro, sin reparar en la trayectoria del otro, sin fijarse en sus éxitos o fracasos. Sin buscar mis oportunidades en las debilidades del otro.
Dios me invita a evaluar mi trayectoria de adentro hacia afuera, fijándome de dónde salí, dónde estoy ahora y a dónde voy a llegar. La medición de mi carrera debe ser diaria y decidida.
Contra la unidad del equipo existe otro peligro latente: la globalización mal entendida, aquella donde todo está bien si los demás se globalizan a mi estilo, a mi credo particular, y donde los demás contribuyen a agrandar mi visión.
Un equipo no funciona así. Cada uno debe estar en lo suyo, pero todos enfocados en el mismo fin. Eso es globalización. Para eso Dios nos hizo a cada uno tan particular. Cada uno con sus fortalezas y talentos, con sus destrezas y habilidades, con su visión y su llamado, pero todos trabajando juntos, tal como en su oración dijo Jesús al Padre. Que sean uno. (Juan 17:21), esa oración que todavía resuena en su corazón esperando respuesta.
@PastorEstebanF
Director del Ministerio Latino de Biblica, y presidente del ministerio de capacitación a líderes “Nuestra Fortaleza”.
Por favor escríbeme a esteban.fernandez@biblica.com Será un gusto conocerte.
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