Confundido por la determinación de Dios de usar a Babilonia como instrumento de castigo para Israel, el profeta expresa sus dudas y preguntas al principio del pequeño libro que lleva su nombre. Discrepa con el Señor sobre la aparente contradicción de usar un enemigo malvado del pueblo de Dios para disciplinarlo. Escuchemos su queja:
¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? ¿Por qué me haces presenciar calamidades? ¿Por qué debo contemplar el sufrimiento? Veo ante mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan las contiendas. Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas.
Habacuc 1:2–4
Escribió Eugene Peterson en su introducción al libro de Habacuc en The Message, una paráfrasis de la Biblia:
Vivir por la fe es una aventura desconcertante. Raramente sabemos lo que viene después, y muy pocas cosas salen como habíamos anticipado. Parece natural presumir que, por el hecho de ser los escogidos y amados de Dios, debiéramos recibir un tratamiento favorable del Dios que nos ama de manera extravagante.
Es razonable esperar que desde el momento que me convierta en seguidor suyo, estaré exento de los callejones sin salida, los desvíos embarrados y el trato cruel de aquellos con los cuales me encuentro a diario caminando en dirección opuesta. Sin embargo, siempre me sorprende descubrir que los seguidores de Dios no reciben un trato preferencial en la vida. También me sorprende descubrir que hay pocos hombres y mujeres en la Biblia que aparecen a mi lado en tales momentos.
Luego afirma Peterson que el profeta Habacuc es una de esas pocas personas; por lo tanto resulta ser un compañero muy grato. El libro tiene apenas tres capítulos y es uno de esos difí-ciles de encontrar entre los profetas menores del Antiguo Testamento. Pero parece muy actualizado en relación con los tiempos que vivimos al oír de «guerras y rumores de guerra». Todos observamos la abundante injusticia y la maldad que parece prevalecer a veces sobre la justicia y la bondad. ¿Cómo debemos reaccionar? ¿De qué manera podemos conservar la paz interior en tales circunstancias? Quiero sugerir tres respuestas que aprendemos en Habacuc.
TRES LECCIONES DE HABACUC
Primero, debemos respetar su honestidad y sinceridad. Habacuc no puede negar la realidad del mal; tampoco lo podemos nosotros. Por lo tanto, expresa a Dios su confusión y su descontento. A veces nuestra oración tiene que articular con sinceridad nuestra preocupación con la situación desconcertante que vivimos. No podemos pretender vivir como si todo fuera un lecho de rosas. ¡La vida no es así! Habacuc nos anima por su sinceridad en buscar de Dios alguna explicación. Luego observamos su disposición de esperar y escuchar la respuesta del Señor. Dice al principio del capítulo 2:
Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo.
A menos que hagamos una parada en medio de la frustración y el nerviosismo, no vamos a prestar atención a la voz de Dios. Y Dios nos quiere hablar en tiempos como estos. En la oración es mucho más fácil hablar que escuchar. Pero la oración es una senda de doble mano: tenemos que pasar tiempo en espera, en silencio, atentos a lo que Dios nos quiera decir. Él es el único que puede descifrar nuestro misterio.
Finalmente, vemos la determinación de Habacuc de gozar de la bondad de Dios a pesar de las aflicciones de la vida. En la mayor parte del libro, Habacuc expresa su gran preocupación por la triste situación de su pueblo y el juicio inevitable de Dios. Sin embargo, el libro termina en una nota que supera la resignación y la amargura que cundían en todas partes. Escuchemos su conclusión:
Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El SEÑOR omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas.
Habacuc 3:17–19
Ya que Habacuc no puede cambiar las circunstancias que lo rodeen y aunque no logra convencer a Dios para que modifique su dispocisión de castigar a la maldad de su pueblo, toma la determinación de «regocijarse en el Señor» y confiar en la seguridad de su bondad y su gran fidelidad.
Nada es más importante en nuestra vida que contemplar la gracia y la fidelidad de Dios por encima de todas las cosas que ocurren en derredor.
Su amor es eterno. Su bondad sigue vigente. Dios está con nosotros ¡Regocijémonos en él!
PARA PENSAR Y CONVERSAR
¿Qué experiencia difícil te ha hecho sentir desconcertado?
¿De qué manera resolviste tu desconcierto?
¿En qué fundamentas tu fe y confianza en Dios cuando las cosas no salen como hubieras querido?
Orville E. Swindoll
swindoll@att.net
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